Arquitectura en acero

Hay una voluntad declarada de los arquitectos de ajustarse a la topografía (“no ofrecer resistencia…”, dicen), una voluntad llevada al extremo del camuflaje. Se trata de una voluntad de incorporarse (in-corporarse) diría yo, alegando por el cuerpo terrestre que le da cobijo y soporte al proyecto. El edificio nace de la topografía y vuelve a ella, una sombra, una colina más, un recorte, sin perder su propio cuerpo, un corpus de identidad franca. En el ejercicio de este designio, acuden a los materiales y técnicas constructivas locales que relacionan con total libertad, según demanda el proyecto. No se pierden, sin embargo, en este paisaje libertario. La estructura mixta -casi un híbrido- elige con cuidado las piezas y partes de la estructura y las pone en acción, casi literalmente: el resultado no es una estructura que expresa una arquitectura o una función, sino que la actúa. Hay fotografías que atestiguan el logro de lo declarado. Véase, por ejemplo, la viga curva compuesta de tubos de acero con diagonales en esbelta tensión que recibe unas cerchas invertidas de madera laminada mientras se apoya en machones de hormigón. El apoyo de las cerchas se desplaza, introduce un giro leve como un mazo de naipes, una ligera tensión en la cubierta que es legible desde el interior. Es la resolución constructiva y estructural que responde al volumen geográfico de lo construido. O la magnífica viga de madera laminada tensada con sendos pares de acero que cubre la piscina. Pero obsérvese con cuidado el detalle de las uniones y conexiones…son tomadas, los materiales no están conectados simplemente, se toman unos de otros, se agarran en el más elemental sentido de la amarra. El resultado vuelve a remitir al todo, lo que así se amarra, bien atado está. Es verdad, el edificio no opone resistencia a la topografía, se ajusta –por gracia- sin mimetismo y, en las distintas estaciones, reposa en el paisaje.