Casa Ortega

Casa Ortega

Una aproximación sensible que integra partes, secciones, vidas y materiales conservando la identidad de cada uno
Obra
Casa Ortega
Arquitectura
Estudio A0 - Ana María Durán Calisto y Jaskran Kalirai
Constructora
Carlos Morales
Ubicación
Sangolquí, Ecuador
Ingeniería
Aldo Echeverría
Período
Año del proyecto: 2013 // Año de construcción: 2014 - 2017
Colaboradores
Raúl Ortega, Juan Francisco Pérez y Juan José Tohme
Sup. terreno
1395m2
Sup. construida
507m2
Iluminación
Ing. Pedro Jarrín C. y Gerardo Asensio
Fotografía
Sebastián Crespo
Web
http://estudioa0.com/

La casa responde a un programa que acoge a dos familias (la de los padres; la del hijo, familia aún por constituir) que se integran en los espacios comunes y se diferencian en los espacios privados. Las alas de la edificación conforman dos patios: uno orientado al sol de la mañana para la familia paterna, el otro al sol de la tarde, para la familia del hijo. Pensada en 2 niveles, acoge en los pisos superiores el programa de recintos privados cuya superficie excede a la del primero, que acoge a los recintos más públicos de la casa. La diferencia se absorbe con un hallazgo: dos planos inclinados que reciben, en un caso una biblioteca y en el otro un jardín interior. El planteamiento del partido general hace una ocupación integral del terreno disponible, orienta el asoleamiento y provee de privacidad e independencia necesaria a esta ecuación cuya resolución no es ni fácil ni evidente. Hay muchas cosas destacables en el proyecto, partiendo por el proceso de diseño que, más allá de la resolución del programa, se apoya en la necesaria comprensión del encargo a través del conocimiento de quien lo encarga. En este proceder, la arquitecta (y el género es importante, según la propia declaración del mandante) sabe de la vida, de la historia, de sus relaciones, de los proyectos de los mandantes, de sus ideales; visita sus lugares de trabajo, conoce sus intereses, su voluntad y sus sueños. De esto surge no sólo el proyecto si no su materialización, la decisión de fundir en un solo cuerpo el carácter industrial de parte de su quehacer (¿o de su ser?) y su voluntad de recoger parte del acervo rural reciente del lugar natal. De ahí la estructura de acero, de ahí la albañilería. La estructura de acero, hecha con perfiles en parte laminados, en parte conformados en frío y soldados, queda expuesta. La losa colaborante (steel deck) en parte también y la madera convocada a este ensamblaje completa el logro de la integración. Cada material está tratado de acuerdo a su lógica y a su ley; cada uno aporta su cometido y función con claridad en el conjunto. Una selección de fotografías de la obra, que agradecemos especialmente, permite una comprensión cabal de la estructura y el proceso constructivo. El proyecto expresa la aproximación sensible al encargo y logra integrar partes, secciones, vidas y materiales conservando la identidad de cada uno.

F. Pfenniger

Diseñar una casa para alguien es construir un retrato. El retrato de uno o más seres humanos en su relación con otros y con el mundo. La Casa Ortega fue diseñada para un hijo devoto. El encargo estaba claro: un pabellón para los padres, otro para Raúl y una potencial familia. Dos casas en una: independientes e interconectadas. Dos eslabones abiertos que se concatenan en un 8 horizontal, símbolo de lo infinito, del eterno retorno. Una forma de desatar los lazos sin rasgarlos es ofreciéndoles su justo espacio.Lo social (cocina, comedor, sala) podía compartirse; lo privado (habitaciones y baños) podía separarse. El punto de partida fue, entonces, el ensamblaje de dos piezas de igual forma pero distinta escala: una C que abrazara un jardín para Raúl, otra C que abrazara otro jardín para sus padres. La primera recibiría el sol de la tarde y se orientaría hacia la cordillera que perfila su horizonte, la segunda recibiría el sol de la mañana y se orientaría hacia el interior. Por la naturaleza doble de la casa, la superficie de la zona privada, en segunda planta, superó a la superficie de la zona compartida y semi-compartida, en planta baja. Un par de muros inclinados salvan la diferencia y adquieren su propia función y vida: uno como biblioteca escalonada, el otro como jardín interior, donde se escalonan las macetas.

¿Cuáles serían los materiales, las texturas? Raúl administra, junto con su padre, dos fábricas: una se especializa en la manufactura de piezas de madera, otra en la extrusión de envases plásticos para hospitales. Visitarlas fue memorable. La fábrica de madera es un gran galpón bien iluminado, construido por Raúl. La de envases plásticos: un laboratorio químico. La Casa Ortega tenía que incorporar un carácter industrial: la estructura sería de acero y su lógica, una de ensamblaje. Pero Raúl no quería vivir en una fábrica. Creció en Sangolquí, hace no mucho un valle agrícola punteado con hornos de ladrillo, cuyas burbujas negras de melcocha marcaban la caligrafía de los muros. La casa tenía que ser un híbrido de fábrica y vivienda rústica de campo, específicamente, de ladrillo. Era imperativo que no se divorciase de su contexto.

Y, lo más interesante para mí, puesto que el género a menudo juega en nuestra contra, pero a veces puede hacerlo a nuestro favor: la casa tenía que tener “un toque femenino”. Raúl es un ser profundo. Se proyecta no pensando en sí mismo, sino en otros: sus padres y, algún día, sus hijos, su mujer. “Si trabajo con un hombre, la casa será una casa de hombres, con demasiada energía yang,” me dijo. “Yo quiero una casa donde puedan ser felices también las mujeres y los niños. Una casa con su dosis de yin”. Raúl lo había meditado antes de escribirme: quería que su casa fuese diseñada por una mujer.


La última vez que lo visité, fui con mis hijos. Se la tomaron como a una fortaleza llena de recovecos y madrigueras donde esconderse y jugar. Se llenó de sol y de bulla.

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