La Torre Eiffel

La Torre Eiffel

Parecía poco explicable que, a más de cinco años de ediciones de este sitio arquitecturaenacero.org no hubiéramos publicado nada respecto de la Torre Eiffel, vista su importancia simbólica e icónica en la construcción e ingeniería del acero. De hecho, en la sección de Historia, pensábamos ir construyendo progresivamente un archivo de obras históricas relevantes en la arquitectura y construcción, cosa que hemos ido haciendo lentamente, pero sin abordar la Torre. El reciente comentario sobre las torres de generación eólica nos ha llevado al convencimiento de lo impostergable de atender a esta deuda con la historia.

A partir de 1851, las Exposiciones Universales se constituyeron en la oportunidad que las naciones eligieron para mostrar al resto del mundo el desarrollo de sus capacidades técnicas, industriales y económicas. La importancia política de estas iniciativas es insoslayable y tiene efectos tanto internos como en el contexto internacional. Muchas de estas iniciativas fueron el escenario elegido para montar novedosas edificaciones en las que el hierro y el cristal hacían sus galas en el arte edilicio. El proyecto de J. Paxton para el Palacio de Cristal de la exposición de 1851 en Londres marca un hito tanto por el uso masivo del hierro y el cristal en su construcción como por las ingeniosas soluciones técnicas dispuestas (entre otras la canalización de las aguas de condensación y de lluvias por el interior de los tubos de la estructura, el piso ventilado y muchas otras) o las rigurosas estrategias de prefabricación (que permitieron el diseño, fabricación y construcción de este edificio de casi 70.000m2 en un plazo de un poco más de 6 meses, incluido su diseño altamente racionalizado y repetitivo). Fue tanto el éxito que proyectos similares se replicaron en 1853 en Nueva York, y en 1854 en Múnich y, aunque se intentó, no fue posible lograrlo para la primera exposición universal francesa de 1855 por la incapacidad de la industria de la época de proveer el hierro y el vidrio en los plazos requeridos. En 1867, durante la segunda exposición Universal en París, se construye un edificio oval cuya planta de 490m x 386m está conformada por siete galerías concéntricas  que van creciendo a medida que se alejan del centro. La exterior, destinada a la galería de máquinas salva una luz de 35m y tiene una altura de 25m -que doblaba en altura y en luz a las naves interiores- es encargada a los talleres del joven ingeniero Eiffel, que asume la responsabilidad del cálculo y la fabricación.
 


Foto 1 – Palacio de la Exposición Universal de París 1867 - http://image.slidesharecdn.com/revolucionindustrial-111013220111-phpapp01/95/revolucion-industrial-92-728.jpg?cb=1318543521

Foto 2, Publicidad Exposición de Paris 1889, Fuente: The Eiffel Tower, Taschen

En 1873, en Viena y, nuevamente en París en 1879, los edificios de hierro y cristal, parecen competir en monumentalidad y espectacularidad, pese a cierta resistencia del público y la prensa. Pero fue la exposición de 1889, en el centenario de la Toma de la Bastilla, en que la ciudad hace su mayor esfuerzo político, económico y técnico para organizar la más importante de la citas del siglo. La Galería de la Máquinas, de Dutert y Contamin, con su luz de 115m y 420m de longitud y sus más de 47m de altura es un testimonio de ese esfuerzo y, aunque menos conocido que la torre de Eiffel, marca un antes y un después en la concepción de las grandes naves, siendo el primer ejemplo construido de marcos tri-articulados. S. Gideon, en su cásico "Espacio, tiempo y arquitectura" le dedica unos párrafos notables a este edificio, destacando que “la bóveda adquiere un carácter flotante o suspendido. Ha desaparecido hasta el último rastro de la columna antigua” y culmina con “se crea así una nueva armonía oscilante... se alcanza un equilibrio entre la presión externa, el viento y la nieve…La construcción se vuelve expresión. La construcción se vuelve forma.”  Desgraciadamente el edificio, que se puede apreciar en todas su magnitud interior en la fotografía 3, fue demolido en 1910.

Foto 3 – Galeríe des Machines – Dutert y Contamin – Exposición de París 1889 –
https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/originals/b7/39/85/b73985037f40c2779739607efebf60e8.png

Pero fue la Torre de Eiffel  la que perduró en el tiempo y la que se convirtió, con el tiempo, en el símbolo de la Ciudad. Gustave Eiffel (1832-1923) fue formado en la École Polytechnique y en la École Centrale de París. Ya mencionamos que tuvo una primera aproximación a las construcciones feriales con el cálculo y fabricación de la Galerie des Machines de la exposición de 1867. Pero fue, posiblemente, su experiencia construyendo puentes en África, Indochina y Europa que lo llevó a comprender aspectos de la acción del clima, el viento y los torrentes de agua sobre las grandes estructuras. Y es a partir precisamente de la experiencia en las construcciones de puentes que funda su concepción de la estructura más alta jamás levantada hasta la época. Entre ellos, el puente sobre el Duero en Portugal y el muy audaz viaducto de Garabit, de 500m de longitud y que salva  una luz de 165m con un arco en que se apoyan parte de las torres de sustentación (pilonos) que soportan la viga, como se puede apreciar en la fotografía 4.
 

Foto 4 – Viaducto de Garabit – G. Eiffel  (1880-1884) - http://www.freemages.es/album/france/viaduc_garabit.jpg

Dos ingenieros de la empresa de Eiffel (Nougier y Koechlin) habían llegado a la idea de construir una gran torre para la exposición a partir de la experiencia lograda en los cálculos de las torres de los puentes, pero su propuesta inicial era demasiado técnica. Se encargó el proyecto de arquitectura a Stephen Sauvestre quien hizo una propuesta que resultaba más aceptable para el cometido del edificio. Así se revisten las bases con albañilerías, se habilitan grandes salas acristaladas en los pisos intermedios, se da forma a la cúpula de término de la torre y se disponen los grandes arcos que unen los cuatro montantes. Transformada así en habitable, Eiffel se involucra con más entusiasmo en el proyecto, firmando una patente a nombre suyo y de los ingenieros Nougier y Koechlin. Posteriormente, compra a sus colaboradores su participación. Según Eiffel, el perfil de la Torre está definido para soportar las cargas del viento y que “las curvas de las cuatro costillas… darán una gran impresión de fuerza y de belleza”. La propuesta de la Torre de Eiffel propone una nueva estética basada en la transparencia y la ligereza (nos habrán escuchado mencionar estos conceptos más de una vez) y tuvo que enfrentar una fuerte resistencia del público, de la prensa y de los artistas, que hicieron llegar una carta abierta al comisario de la Exposición, publicada en el Diario Le Temps en febrero de 1887.

  • Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos, apasionados aficionados por la belleza de París hasta ahora intacta, venimos a protestar con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra indignación, en nombre del gusto francés anónimo, en nombre del arte y de la historia francesa amenazadas, contra la erección en pleno corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa torre Eiffel, a la que la picaresca pública, a menudo poseedora de sentido común y espíritu de justicia, ya ha bautizado con el nombre de Torre de Babel. Sin caer en la exaltación del chauvinismo, tenemos el derecho de proclamar alzando la voz que París es la ciudad sin rival en el mundo. Por encima de sus calles, de sus amplios bulevares, a lo largo de sus admirables avenidas, en mitad de sus magníficos paseos, surgen los más nobles monumentos que el género humano haya creado. El alma de Francia, creadora de obras maestras, resplandeció entre esta floración augusta de las piedras de Italia, Alemania, Flandes, tan orgullosas, y con razón, de su legado artístico, pero no poseen nada que sea comparable a las nuestras y desde todos los rincones del universo, París ha atraído la curiosidad y la admiración. ¿Vamos a permitir profanar todo eso? ¿La ciudad de París va a relacionar los más antiguos edificios barrocos con las mercantiles imaginaciones de un constructor de máquinas, para afearse irreparablemente y deshonrarse? Pues la torre Eiffel, que incluso la capitalista América no querría, es sin dudar ¡la deshonra de Paris! Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice, todos se afligen profundamente, y nosotros no somos más que un débil eco de la opinión universal y legítimamente alarmada. Cuando los extranjeros vengan a visitar nuestra Exposición, exclamarán asombrados: “¡Cómo! ¿Es este el horror que los franceses han encontrado para darnos una idea de su gusto tan halagado?” Tendrán razón burlándose de nosotros, porque el París de los sublimes góticos, el París de Jean Goujon, de Germain Pilon, de Puget, de Rude, de Barye, etc., se habrá convertido en el París del Sr. Eiffel. Para hacerse una idea de lo que adelantamos, basta además imaginarse una torre vertiginosamente ridícula dominando París, así como una negra y gran chimenea de una fábrica, aplastante con su enorme masa. Notre Dame, La Sainte-Chapelle, la torre Saint Jacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos humillados, toda nuestra arquitectura venida a menos, desapareciendo entre ese sueño asombroso. Y durante veinte años veremos alargarse sobre toda la ciudad, todavía estremecida por el genio de tantos siglos, como una mancha de tinta, la odiosa sombra de la odiosa columna de hierro forjado. Son ustedes, los que tanto aman París, los que la han embellecido y protegido contra las devastaciones administrativas y el vandalismo de las empresas industriales, a quienes corresponde el honor de defenderla una vez más. Nosotros llamamos su atención para pleitear por la causa de Paris, sabiendo que dispensarán en ello toda su energía, toda la elocuencia que debe inspirar a un artista la belleza del el amor, lo que es grande y lo que es justo… Y si nuestro grito de alarma no es oído, si nuestras razones no son escuchadas, si París se obstina en la idea de deshonrar París, al menos ustedes y nosotros habremos hecho escuchar una protesta que honra.

Por su parte, Eiffel publica, en Le Monde su carta respuesta:

  • ¿Cuáles son los motivos que aducen los artistas para protestar contra la erección de la torre? ¡Qué es inútil y monstruosa! Hablaremos de la inutilidad enseguida. Nos ocuparemos de momento del mérito estético sobre el que los artistas son en particular más competentes. Me gustaría saber sobre que fundamentan su juicio. Pues, dense cuenta, señores, que esta torre nadie la ha visto y nadie podrá decir lo que será antes de que esté construida. Solamente se la conoce hasta ahora por un simple dibujo geométrico; pero sea quien sea el que haya publicado cien ejemplares, ¿acaso se aprecia con competencia el efecto general artístico de un monumento basándose en un simple dibujo, cuando ese monumento sea de las dimensiones ya concretas y definitivas? Y cuando la torre haya sido construida y sea mirada como algo bello e interesante, ¿los artistas no lamentarán el haber tomado partido tan rápido y tan a la ligera haciendo esta campaña? Que esperen a haberla visto para hacerse una idea precisa y poder juzgarla. Les diría todo lo que pienso y todas mis esperanzas. Creo, a mi vez, que la torre tendrá su belleza propia. ¿Porque nosotros somos ingenieros, creen ustedes que la belleza no nos preocupa en nuestras construcciones y que incluso al mismo tiempo que hacemos algo sólido y perdurable no nos esforzamos por hacerlo elegante? ¿Es que las auténticas condiciones de la fuerza no son siempre compatibles con las condiciones secretas de la armonía? El primer principio de la estética arquitectónica es que las líneas esenciales de un monumento estén determinadas por la perfecta adecuación a su destino. Ahora bien, ¿cuál es la condición que yo he tenido en cuenta en lo relativo a la torre? La resistencia al viento. ¡Pues bien! Pretendo que las curvas de de los cuatro pilares de la torre del monumento tales como el cálculo las ha determinado, sean los que partiendo de un enorme e inusitada distancia entre ellos, vayan alzándose hasta la cima. Darán una gran impresión de fuerza y belleza; pues traducirán a las miradas la audacia de la concepción en su conjunto, del mismo modo que las numerosos vacíos presentes en los propios elementos de la construcción acusaran fuertemente la constante preocupación de no entregarse inútilmente a las violencias de las tormentas en las superficies peligrosas para la estabilidad del edificio. La torre será el edificio más alto que jamás hayan elevado los hombres. ¿No será pues grandioso también a su manera? Y por qué lo que es admirable en Egipto se convertiría odioso y ridículo en París? Por mucho que lo intento, confieso que no lo entiendo. La protesta dice que la torre va a aplastar con su gran masa a Notre Dame, la Santa Capilla, la torre Saint-Jacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos. ¡Cuántas cosas a la vez! Realmente me resulta gracioso. Cuando se quiere admirar Notre-Dame, uno va a verla desde el atrio. ¿En qué afecto la torre desde el Campo de Mars la curiosa localización del atrio de NotreDame?, ¿quién no la verá? Además esa es una de las ideas más falsas, aunque más extendidas, incluso entre los artistas, consistente en creer que un edificio elevado aplasta las construcciones de su alrededor. Fíjense si el edificio de la Ópera no parece más aplastada por las casas del vecindario que no ella quien las aplasta. Vayan al puente de la Estrella, y porque el Arco del triunfo es grande, las casas de la plaza no les parecerán más pequeñas. Al contrario, las casas parecen tener la altura que realmente tienen, es decir más o menos quince metros, y es necesario un esfuerzo de espíritu para persuadirse de que el Arco del Triunfo mide cuarenta y cinco, es decir tres veces más. Queda la cuestión de la utilidad. Aquí, puesto que abandonamos el dominio artístico, me estará permitido oponer la opinión de los artistas a la del público. No creo en absoluto dar muestras de vanidad diciendo que proyecto alguno jamás ha sido tan popular; tengo a diario la prueba de que no hay en Paris personas, por humildes que sean, que no la conozcan y se interesen por ella. Incluso en el extranjero, cuando debo viajar, estoy asombrado de la repercusión que ha tenido. En cuanto a los sabios, los verdaderos jueces de la cuestión de la utilidad, puedo decir que son unánimes. No solamente la torre promete interesantes observaciones para la astronomía, la meteorología y la física, no solamente permitirá en tiempos de guerra tener a Paris constantemente comunicado con el resto de Francia, pero al mismo tiempo será la prueba deslumbradora de los progresos realizados en este siglo por el arte de los ingenieros. Es solamente en nuestra época, en estos últimos años, cuando se podían realizar los cálculos con la suficiente seguridad y trabajar el hierro con bastante precisión para soñar en una tan gigantesca empresa. ¿Acaso no supone nada para la gloria deParis que este resumen de la ciencia contemporánea sea erigido entre sus muros?

Pese a los pergaminos de muchos de los protestantes (Guy de Maupassant, Charles Gounod,  Charles Garnier, Sully Prudhomme, Alexandre Dumas (hijo), Paul Verlaine, entre otros) y a esta polémica exquisita ,el Comisario no se dejó influir ni impresionar: hoy la Torre corona París, es la imagen icónica, el símbolo y el orgullo de la ciudad y seguramente muchos –si no todos- de los que hemos tenido la oportunidad de visitarla, lo celebramos.
La torre se levanta en tres tramos hasta alcanzar la altura final de 312,27m iniciales (hoy 324m). Los cuatro pilonos que la conforman cubren dimensiones magníficas: la separación entre pilares en la base es de 74,24m, su ancho en la base es de 25,33m  y la distancia exterior de ellos en la base alcanza los 124,9m. En su recorrido hacia la cúspide, describen una curva que los hace aproximarse en un forma asintótica respondiendo a la descripción y resistencia que Eiffel describe en su carta. La fotografía Nº 5 siguiente corresponde a uno de los planos originales de la torre.

Foto 5 - Planos originales de la torre

 

 

Fotos 6 a 14: Proceso constructivo de la torre. Fuente: The Eiffel Tower, Taschen

Finalmente, para esta torre de 300m de altura se dibujaron más de 4.300 planos (700 de conjunto y 3.600 de detalles), que incluyen las más de 18.000 piezas que conforman el edificio en que se emplearon más de 2,5 millones de roblones. La experticia alcanzada por los talleres de Eiffel en la construcción de puentes le permitió lograr precisiones milimétricas en el calce de las perforaciones para la instalación de los roblones. En el diseño y en las obras trabajaron 386 ingenieros, capataces y obreros. Las obras de fundaciones tomaron 6 meses y la erección de la torre -cuyo peso es de 7.341 toneladas- un total de 21 meses, entre el 26 de enero de 1887 y el 31 de marzo de 1889. Su costo de 7.800.00 francos fue parcialmente financiado por bancos, el aporte del estado y el propio Eiffel, quien obtuvo la concesión de la explotación de la torre por 20 años. Se amortizó en pocos meses durante la exposición. Con posterioridad a ella, se utiliza en telecomunicaciones, estaciones de meteorología, investigación e incluso alberga un estudio de Eiffel.

Fotos 15 a 23 Detalles constructivos de la torre. Fuente: The Eiffel Tower, Taschen

Aunque hay profusa información publicada sobre esta torre y a que figura comentada como el ícono que es en muchos textos de la Historia de la Arquitectura, no podemos dejar de mencionar una bella publicación de Taschen que reproduce algunos de los planos y fotografías de la publicación monumental que en su momento hizo el propio Eiffel: la Torre de trescientos metros, algunas de cuyas láminas nos permitimos reproducir a continuación.

Foto 24: The Eiffel Tower, Taschen